En el libro “Déjame que te cuente” Jorge Bucay recoge un viejo relato sobre un elefante encadenado:
En el circo de un bonito pueblo, actuaba un enorme elefante. Llamaba la atención su tamaño, su peso, y su gran fuerza. Después de cada actuación, el elefante permanecía la mayor parte del día atado a una pequeña estaca clavada en el suelo y con una pata encadenada.
La cadena era bastante grande pero la estaca era muy pequeña, un delgado palo de madera clavado unos centímetros en el suelo. Parecía evidente que un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo no tendría dificultad alguna en arrancar esta pequeña estaca para liberarse. Sin embargo, el elefante ni tan siquiera lo intentaba.
Pregunté a su cuidador cómo el elefante podía mantenerse atado a la estaca sin soltarse.
El ciuidador contestó: el elefante no se escapa porque ha estado atado a una estaca similar desde que era muy pequeño. En aquel momento, cuando era prácticamente un bebe elefante, sí intentó liberarse, empujó, tiró, se revolvió, … lo intentó durante un tiempo hasta que se rindió a la evidencia y se resignó a aceptar su destino. Entonces no tenía la suficiente fuerza y no pudo conseguirlo, porque aquella estaca era muy dura para él. Sin embargo, ahora, aunque podría conseguirlo con facilidad, ni siquiera lo intenta, porque el recuerdo que tiene grabado de su fracaso en la infancia le hace creer que no puede. Si un día lo intentara y pusiera a prueba su gran fuerza, comprobaría que sí puede, y ya sería muy difícil volver a atarlo.
La estaca del cuento, aquéllo que nos hace creer que no seremos capaces, por algún aprendizaje pasado, fue denominada por M. Seligman (1975) “indefensión aprendida.
Seligman aplicaba a animales experimentales choques eléctricos incontrolables, de forma que estos animales sentían que nunca podrían escapar de esta situación aversiva, desarrollando un patrón de conductas que generaba:
- Síntomas ansiosos o depresivos por no controlar la situación.
- Falta de motivación para otras situaciones. Los animales no intentaban escapar en situaciones distintas.
- Falta de consciencia sobre el efecto que su respuesta producía en otras situaciones o en otros momentos.
Los animales experimentales, generaban una expectativa de incontrolabilidad, asumiendo una falta de causalidad de su conducta sobre los resultados. Esto producía estos sentimientos de incompetencia y pasividad característicos de la “indefensión aprendida”. Además, al generalizar los efectos de una situación concreta en el tiempo y a otras situaciones, los llevaba a desarrollar importantes déficits motivacionales, afectivos y cognitivos. Los animales dejaban de luchar, se rendían ante su creencia de no poder cambiar la situación y tiraban la toalla.
Trasladando estos estudios a la conducta humana, podemos sostener que la expectativa de no tener el control sobre una situación en base al aprendizaje pasado puede causar problemas depresivos y ansiosos. La percepción de no controlar una situación negativa nos lleva a desarrollar sentimientos de desesperanza. Si además consideramos que esta situación es responsabilidad nuestra, puede generar adicionalmente un descenso de la autoestima, al experimentar un sentimiento de falta de control y abandono por considerar los sucesos negativos causados por errores propios.
El fenómeno de indefensión aprendida supone el convencimiento de que hagamos lo que hagamos no vamos a obtener un resultado diferente, y lo podemos encontrar en algunos de los problemas emocionales y comportamentales habituales entre otros:
- Estados de depresión y desesperanza por la creencia de la falta de control sobre alguna situación y atribuimos esa falta de control a factores internos, estables y globales. No se aprende que nuestras conductas son causantes de nuestras respuestas.
- Falta de motivación. El hecho de creer que no lo vas a conseguir, hace que te rindas antes de intentarlo.
- En traumas infantiles, por ejemplo, en el caso de un niño, que no haya tenido el afecto de un padre o una madre se puede generar un sentimiento de indefensión aprendida mantenido en el tiempo y generalizado a otras personas. La falta de apego en la infancia, le puede hacer crecer pensando que nadie le va a querer haga lo que haga porque no consiguió en el pasado el amor de quien se supone le debería haber cuidado.
- En estudiantes, malos resultados puntuales se pueden generalizar y atribuir a una baja capacidad intelectual, generando expectativas negativas sobre el rendimiento futuro y emociones negativas de tristeza o culpa.
- Fobias. El caso, por ejemplo, de una joven que, tras un episodio de vergüenza en una fiesta, decide evitar fiestas posteriores para evitar nuevos episodios bochornosos.
En los casos de indefensión, reaccionamos con sentimientos de desamparo y desesperanza. En el lado complementario podemos encontrar el concepto de reactancia psicológica, en situaciones en las que se limita nuestra libertad personal y se desencadena un estado de motivación para intentar restituir la libertad perdida. La reactancia genera una especie de rebeldía que puede tener consecuencias agresivas y hostiles importantes.
Otras personas se hacen mas resilientes y se adaptan mejor la adversidad.
Volviendo a la indefensión aprendida, las buenas noticias son que, como casi todo, se puede cambiar. Nuestros factores internos interactúan con factores externos y ello resulta en una determinada conducta con un determinado resultado. Hay factores externos fuera de nuestro control, pero los factores internos sí los podemos controlar por lo que podemos influir en los resultados que consigamos. Necesitamos desarrollar unas habilidades de afrontamiento que nos permitan afrontar exitosamente los sucesos que ocurren y que en ciertos momentos nos sobrepasan y pueden llegar a hacer que tiremos la toalla: podemos trabajar en definir expectativas realistas, en elevar la autoestima, en aceptar los errores y aprender de ellos, en definitiva, trabajar en desarrollar la confianza en nosotros mismos y en nuestras capacidades.
Debemos desarrollar recursos que nos permitan afrontar las situaciones complicadas y adaptarnos a las adversidades, esto es, que nos enseñen a ser resilientes.
A modo de moraleja, cerramos con otro clásico relato que también podéis encontrar en el libro “Déjame que te cuente” de Jorge Bucay. De titula las dos ranas y la nata:
Dos ranas se cayeron en un bol lleno de nata. Al ver que se hundían, empezaron a patalear para evitar hundirse y morir ahogadas.
Una de ellas pensó que se hundiría sin remedio: “es imposible, no se puede salir de aquí, este líquido es demasiado blando y no puedo saltar hacia afuera, no hay forma de sobrevivir, me rindo”. Y así lo hizo, dejó de patalear y se hundió en la nata.
Por el contrario, la otra rana, , más persistente, continuó pateando con insistencia: “no hay manera, yo también me hundo, pero no dejaré de intentarlo, moriré con las botas puestas”.
Un tiempo después, de tanto moverse y patalear con sus ancas, la nata se convirtió en mantequilla, de forma que la segunda rana puedo impulsarse y saltar fuera del bol.
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