Nuestra personalidad, quiénes somos, no es solo algo genético, que también. Se configura de manera multicausal. Nuestro temperamento, que es lo que es lo que traemos de serie marcado por el ADN, se ve influenciado por el ambiente en el que nos desarrollamos, por la familia, por el contexto social y cultural, etc. De esta forma se van configurando nuestras experiencias vitales, se forma nuestro carácter y nos convertimos en la persona que somos.
De todas las experiencias vividas en la infancia, inevitablemente alguna nos habrá herido, en algunos casos estas heridas habrán cicatrizado de forma adecuada y en otros casos, seguirán doliendo en la vida adulta por que no llegaron a ser curadas.
Estas heridas que permanecen abiertas son resultado de algún acontecimiento estresante, bien por el suceso en si (un maltrato o abuso, la pérdida de un ser querido, una disciplina muy rígida…) o bien por la interpretación que hacemos de la situación (un profesor que nos dice que no somos listos, condiciona la valoración que hacemos de nosotros mismos, pensamos que no valemos para nada y nuestra autoestima se ve irremediablemente dañada), y acaban convirtiéndose en un trauma pendiente de resolver. Nuestro mundo interno se queda alterado y nuestros mecanismos de defensa pueden volverse desadaptativos.
El trauma puede manifestarse en forma de miedo al rechazo, miedo al fracaso, miedo al abandono, de inseguridad en las relaciones sociales, inseguridad en las relaciones afectivas y problemas de pareja, problemas de autoestima, … y se generalizan como ansiedad, depresión, problemas de sueño, problemas de alimentación o cualquier tipo de problema o malestar emocional.
La psicología ofrece distintos caminos hacia la recuperación, procesando de forma adaptativa los recuerdos traumáticos y ayudando a cicatrizar las heridas que permanecen abiertas. Un proceso psicológico te ayuda a liberarte del pasado en el que sigues atrapado, rescatando al niño interior que permanece dentro de ti asustado e inseguro. La terapia te ofrece una base segura desde la que vivir el presente y planificar el futuro.
Os comparto este relato de Anne-Marie Edwards que describe este viaje hacia la recuperación:
En el comienzo, dudaba de que fuera posible resistir hasta el fin.
Hubo tiempos de ira, dolor, tristeza y sufrimiento; tiempos en los que me pregunté: ¿por qué yo?
Pero un día, hubo un destello de luz
y luego, otro.
Las nubes empezaron a abrirse y pude ver más allá de ellas.
Los ratos de contento, de sentirme segura, fueron sumando más que los de miedo y melancolía.
Se tejieron nuevas amistades;
la desolación, la falta de confianza en mi valer, se fueron convirtiendo en firmeza, en resolución.
Era como pasar de las tinieblas a la luz, con una nueva sensación de poder.
Ahora comprendo que en mi pasado hay cosas que no puedo alterar;
lo que puedo es impedir que manden sobre mi vida y mi felicidad.
Sé que esta parte de mi vida jamás se irá del todo,
pero el lugar que ocupa en mi existencia es menos prominente.
He empezado a permitir que otras ideas pueblen mi mente.
Tengo un mejor conocimiento de mí mismo, de mis debilidades y de mis puntos fuertes
Ya no temo poner límites.
Empiezo a disfrutar otra vez de la vida y a pensar en el futuro.
Ahora puedo ver todo este tiempo tal como fue:
un tiempo de crecimiento, de descubrimiento de mí misma,
de curación.
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