Cuando hablamos de amor, lo primero que pensamos es en el amor romántico, pero es algo más, es “la energía que nos conecta y que vive en nuestro interior”.
El amor incondicional es el que existe por ser quienes somos y no por hacer o dejar de hacer algo concreto. El amor con condiciones no nos da felicidad, nos hace prisioneros.
En ocasiones, nos protegemos demasiado para que no nos hagan daño, o por si no recibimos lo que damos y decidimos mantenernos en la distancia. Esta protección nos aprisiona y cuando nos demos cuenta ya será tarde.
Una de las primeras lecciones de la vida debería ser quererse a uno mismo, sin sentir que eso es egoísmo o egocentrismo, es una necesidad, es necesario quererse a uno mismo para querer a los demás. Debemos cuidarnos y respetarnos siendo más bondadosos e indulgentes con nosotros mismos.
Podemos llamarlo amor, podemos llamarlo alma. Es lo que somos, de lo que estamos hechos. Es estar con los demás, es acompañar, es preocuparse por el bienestar de los que nos rodean.
Esto lo hemos visto claramente en la soledad de los enfermos por coronavirus que permanecieron aislados durante semanas. A estas personas, un dibujo de un desconocido, una carta de un niño, la caricia de una enfermera, estos pequeños gestos les consolaban y le levantaban el ánimo en la frialdad de una habitación y de un pronóstico de recuperación incierto. Lo que llama la atención, es que estos pequeños detalles eran noticia de portada, estas iniciativas se consideraban algo extraordinario, cuando debería ser, es algo ordinario. Estar, querer, acompañar, amar, es un principio básico de la vida, una lección de vida que deberíamos tener aprendida desde la niñez.
La lección de amor del libro de Kübler Ross y Kessler está argumentada con experiencias de pérdidas de varias personas que te emocionan hasta la lágrima. Si tienes ocasión no dejes de leerlo.
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