Un trauma es un acontecimiento que ha tenido lugar en un momento pasado de la vida de una persona y que ha causado un gran impacto emocional e incluso físico. Este impacto puede dejar una profunda huella que definirá, a partir de entonces, los esquemas mentales que desarrolle internamente el individuo, condicionando su forma de pensar y de relacionarse con su entorno.
Generalmente, asociamos un trauma con un acontecimiento abrumador que nos sobrepasa, sin embargo, son muchas las experiencias que nos pueden resultar traumáticas, desde un accidente de tráfico grave, un desastre natural (terremoto, inundaciones, incendios, …) hasta pequeños eventos que se van acumulando como la frialdad de un padre cuando necesitamos de su cariño o la pérdida de un amigo.
De todas las situaciones que nos pueden generar un trauma, las que más nos afectan como ser humanos son los traumas relacionados con las personas, un abuso, un maltrato, una perdida, la carencia de afecto, bullying, etc.
Somos seres sociales por naturaleza, y eso tiene innumerables ventajas como especie para la supervivencia y la adaptación. Pero esta fortaleza también se puede convertir en una debilidad. Cuando alguien que se supone nos debe proteger y proveer de afecto y seguridad, abusa de nosotros, nos maltrata, o nos abandona, nos hace una herida que si no la curamos bien, permanece abierta de por vida, afectando a nuestra integridad y a nuestro desarrollo personal.
Esto es aún más dramático si la experiencia traumatizante ocurre durante nuestra infancia, nuestra etapa más vulnerable. En ocasiones, las situaciones traumatizantes no son tan evidentes, se trata, como hemos comentado de eventos menos visibles y sutiles que la costumbre hace que asumamos como cotidianos. La falta de cariño, una disciplina excesivamente rígida, el no reconocimiento de los logros personales, padres ausentes o indiferentes, …, se puede llegar a normalizar, pero sin duda marcará la visión que podamos tener sobre nosotros mismos en el futuro. Podemos crecer pensando que no somos importantes, que no nos valoran, no nos sentimos queridos, sentimos que en cualquier momento nos pueden abandonar y vivimos en una constante sensación de amenaza. Cuando peligra la seguridad familiar, surgen sentimientos de ansiedad y miedo que nos acompañaran la mayor parte de nuestra vida. Estas situaciones hacen que nos sintamos desprotegidos y veamos el mundo como un lugar inseguro y peligroso. Defendernos constantemente de estos peligros no visibles que nos amenazan resulta agotador, y llegará un momento que nos rendiremos por el propio cansancio
Los sucesos traumáticos interpersonales son más habituales de lo que se cree en la población general. Si ocurren en el seno de la familia es fácil que se opte por mirar para otro lado y hacer “como si” no hubiera pasado nada y primar la lealtad familiar a nuestro bienestar. Los eventos se silencian y no tenemos la opción de compartirlo con nadie ni de otorgarle un significado adaptativo ni de regular las emociones. Esta conspiración del silencio es caldo de cultivo para el trauma y tarde o temprano acabará saliendo. Como dijo Freud ”las emociones no expresadas nunca mueren, son enterradas vivas y salen mas tarde de las peores formas”.
Un mecanismo de defensa habitual en las personan que han vivido experiencias abrumadoras es el autoengaño. Se puede hablar y reconocer el suceso, pero minimizando sus consecuencias y considerándolo superado amparándose en una supuesta fuerza personal para sobreponerse a la adversidad. Podemos pensar que todo está superado, que es cosa del pasado, que no merece la pena darle mas vueltas, que se ha dejado atrás, sin embargo, todos estos sucesos siguen influyendo en nuestro día a día.
También puede ocurrir que la persona bloquee las emociones que le generan las experiencias adversas para evitar el dolor que le ocasionan. Como ultimo recurso siempre está el escape psicológico. Si la realidad es demasiado dolorosa podemos entrar en un estado de disociación que nos permita distanciarnos del evento traumático y aislarlo de forma que no lo tengamos presente.
En cualquier caso, estos sucesos y experiencias que nos abruman quedan grabadas en nuestra mente como modelos internos de referencia que, al no haber sido adecuadamente elaborados, no nos permiten asimilar adecuadamente las experiencias posteriores, ocasionando en el futuro problemas en el funcionamiento diario, bien en forma de un problema mental (ansiedad, depresión, …) bien somatizándolo en un problema físico (dolor crónico, problemas digestivos, etc.).
Las situaciones que no afrontamos de forma adecuada no son bien procesadas mentalmente y quedan almacenadas de forma borrosa en nuestra memoria, ocasionándonos una especie de niebla mental que no nos deja ver bien y que interfiere en la forma que interpretamos el mundo. Nuestras creencias quedaron sesgadas por lo que sufrimos en el pasado, en su día aprendimos que el mundo es un lugar peligroso lleno de amenazas de las que tenemos que escapar o que tenemos que evitar. Crecemos y el trauma nos acompaña permanentemente al no permitir integrar las nuevas experiencias de forma funcional y adaptativa. Vemos amenazas en cosas inocentes, nos ponen tristes cosas que no deberían, nos dan arrebatos de ira, nos irritamos sin querer, y en general actuamos de un modo no normalizado sin saber por qué. Hasta que tal vez un día, un acontecimiento vital precipite todo un torrente de recuerdos que desencadene algún problema psicológico que nos impida seguir avanzando con nuestra vida.
Para superar el trauma, la persona deberá aprender que el peligro ya ha pasado, que en el momento actual no hay amenazas y que es hora de tomar conciencia del presente. Tenemos que reconciliarnos con nuestra historia personal para poder vivir en el presente con serenidad. Se habrá de realizar un abordaje integral de toda la historia del individuo y elaborar una narrativa coherente, conectando con las emociones que en su día fueron bloqueadas y nos hicieron sentir personas vulnerables.
En nuestra narrativa vital, debemos reintegrar y dar un sentido al trauma. Debemos aprender a soportar el dolor interior que sentimos de manera que podamos aceptar nuestras emociones en lugar de anularlas. Identificar lo que sentimos dentro de nosotros y ponerle nombre es un primer paso en nuestra recuperación. Hemos de concienciarnos de que en nuestro presente ya no hay peligro, de que estamos en un entorno de seguridad y permitir liberarnos de las ataduras del pasado. Desde esta nueva perspectiva podemos reconstruir nuestra historia traumática, reprocesarla de nuevo y reintegrarla en el momento actual, en la nueva persona que ya somos. Este proceso, al igual que la herida que se esta curando, es doloroso. Pero una vez aceptado y curado queda reintegrado como parte de nuestro proceso de crecimiento y del adulto en el que nos hemos convertido. Adulto que habrá ayudado a su niño interior a no experimentar mas dolor.
Como en su día dijo Carl Rogers: “la curiosa paradoja es que cuando me acepto a mi mismo, puedo cambiar”. Es importante aceptar nuestra historia personal, descubrir la herida infectada que hemos estado tapando, para que le de el aire, y pueda curar. Con el tiempo cicatrizará, el dolor desaparecerá y la cicatriz quedará integrada como una parte de nosotros. Esta ahí, pero ya no duele.
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